“Dime cómo vistes y te diré cómo quieres ser”, una frase que leía hace unos días en los apuntes del Máster en Marketing de Moda. No pude seguir estudiando porque mi mente empezó a maquinar preguntas e imágenes sobre mi vida… sobre nuestras vidas.

Una de esas imágenes era de cuando aún jugaba en el parque y mi madre, por primera vez, dejó que me vistiera como yo quería. Era todavía una niña cuando me sentí con la responsabilidad de contar al mundo lo que tenía en mi armario, yendo acorde a lo que mi madre me había enseñado: el saber estar.

En ese entonces, mi armario se componía de unas Victoria para ir al parque, unos vaqueros para una escapada al monte, mi blusa favorita para los domingos y poco más. Sin embargo, cuando una crece y se planta en la adolescencia con ese armario, siente la necesidad de renovarlo porque “eso ya no se lleva”, “la moda de ahora es diferente”, “no me gusta lo que tengo”, cuando lo que en verdad quiere es demostrar al mundo su estilo, siendo ella la mayor crítica de su armario.

¿Y eso por qué? Voy a ser clara: porque queremos encajar. El problema es que confundimos la moda con un uniforme y nos empeñamos en querer ser como alguien, sin darnos cuenta de que la clave de la moda reside en hacerla nuestra. La moda está para combinarla de mil maneras y llevarla como tú quieras. La moda está para disfrutarla y que te revoloteen mariposas en el estómago cuando te das un capricho en la nueva temporada. La moda está para reinventarse y para que personas como tú se atrevan a decirle al mundo por qué son diferentes.

La moda es un estado de ánimo hecho de tela, una tela que llevas escogiendo cada mañana desde que jugabas en el parque. 

 

Firmado: Ana Diez del Corral Revilla, alumna del Máster Marketing de Moda.